El Saloum Saloké

Muchos nativos aseguran haber visto al Saloum Saloké  surcando los manglares del río Senegal, en las aguas de lo que hoy se conoce como el país del mismo nombre, disimulado entre garzas, silbadores, pelícanos, cormoranes blancos y negros, garcetas, espátulas, ibis, flamencos, ocas de Gambia y patos egipcios. Esta isla no por casualidad es conocida como la Isla de los Pájaros.

La criatura, parte animal, mezcla de planta, alga, y molusco, parte sólida, parte líquida, se adhiere a los troncos de los árboles que conforman los manglares. Es en  los troncos de los árboles, llamados mangles,  donde florecen y habitan miles de ostras y otros crustáceos comestibles,  que son el auténtico sustento de los habitantes del valle. Cada día, al amanecer,  los pescadores, a bordo de rudimentarias y coloridas canoas de madera y chapa, inician el remonte  del río para recolectar el codiciado fruto. Para ello se ayudan de largos palos con los que rascan las ostras hasta separarlas de los árboles, usando después finas redes donde almacenan la recompensa.

El Saloum Sanoké no tiene ojos ni tampoco ve, y huele y siente a través de las terminaciones nerviosas de sus raíces;  siente dolor y sangra, sangre expresada en forma de salvia de color ocre y olor putrefacto. El Saloum Sanoké tiene la cabeza de un bivalvo;  se esconde dentro su doble caparazón que le hace, aún  más si cabe, confundirse con las ostras que se agarran a los árboles. Su cabeza se adivina alargada y babosa y es de color naranja pálido, y parece casi pequeña si se compara con su verdadera alma, que no es otra que sus raíces.  Respira pesada y lentamente a través de sus branquias, emitiendo sonidos que se asemejan a los últimos  estertores de la respiración de un moribundo.

Las raíces, su alma. Casi a modo de cepellón, se adhieren con firmeza durante  la noche al fondo del río, y no es hasta cuando los pájaros anuncian el alba y el cielo empieza a adquirir su tono azul, que se tornará celeste, cuando el Sanoké  se separa del suelo del río y se enrosca ascendiendo por los troncos de los árboles, hasta fijarse en ellos rápidamente con un leve serpenteo. Sus raíces, similares a las cuerdas de amarrar barcos, – las mismas utilizadas para amarrar las pequeñas canoas, similares por su textura, aunque de bastante menor grosor- , aparentan enrolladas algo menos de un metro, aunque al desplegarse pueden llegar a alcanzar los diez metros de largo.  Aquellos nativos que han sobrevivido al Saloum Sanoké hablan de la forma en la que sus brazos se despliegan como látigos con peso del cobre  la elasticidad de  goma.

 Dicen estos mismos sobrevivientes  que cada brazo-raíz se replica en muchos más de distintos tamaños y formas, a semejanza de  terminaciones nerviosas o  interminables axones, los cuales gritan de manera inhumana- ¿de qué otra forma si no?- cuando atrapan sin piedad a los incautos pescadores. Dicen que el grito de los tentáculos del Saloum Sanoké es mucho más agudo que el hondo quejido de los nativos, con lo que se hilvana una extraña melodía que espanta y hace volar a los cientos de garzas que merodean en busca de alimento, y en ocasiones hacen saltar a los peces creando ondas sonoras que se escuchan incluso al otro lado del valle. Las cepas, los bulbos, los tentáculos, todas las partes del Saloum Sanoké,  independientes y a la vez formando parte de un todo,  ahogan y desmenuzan a los pescadores, como si se desmigara un bacalao, y  un remolino de sangre se mezcla con las limpias aguas que acogen a las espátulas, ibis, flamencos, demás fauna y hasta algún flamenco rosado sin pico. Cuentan que al atrapar a sus víctimas suena un chasquido sordo, un golpe seco que las inmoviliza, y que después de ahí ya no hay nada.  Después el Sanoké se alimenta de algunos de los trozos de los pescadores,  engulléndolos a través de sus valvas y ayudándose de sus raíces, diseccionando el cadáver y quedándose sólo con las mejores partes. El resto las escupe, devolviéndolos al mar.

Son las valvas del Saloum Sanoké las que impostan los seductores cantos con los que, de vez en cuando, y satisfechas sus ansias carnívoras pero no aún las sexuales, seduce a las mujeres de los pescadores, cuando éstos se hallan en casa por encontrarse enfermos. Las inexpertas y bellas, torneadas, luminosas,  nativas se acercan a  recoger las ostras, el fruto prohibido, la manzana de Adán,  atraídas por la melodía dulce y armoniosa de la horrenda criatura, que aprovecha el acercamiento de las jóvenes, inermes, tan coloridas como las canoas,  para abrazarlas suavemente, y rodearlas lenta y parsimoniosamente sin dejar de cantar, susurrando viejas canciones africanas. Ellas se deja engatusar y sonríen, y cada vez más centímetros de raíz cubren la tersa y suave piel , evanescente y de ébano, de las bella jóvenes, que se rinden a los encantos y a las garras del Monstruo, con mayúsculas.

Se dice que la criatura hembra que ahora reina en este valle, Maye ma Diam, que en idioma wolof significa Déjeme en paz , es fruto de un apasionado abrazo de los tentáculos del Saloum Sanoké en un cálido amanecer de un mes de agosto en el valle del río Senegal, hace ya muchos siglos. Pero quizá eso sólo forma parte de la leyenda.

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