Y es en ese momento cuando, a pesar de ser nadie, alguien, un suponer, que escribe de vez en cuando por placer y también por ego, como todos, porque eso de escribir para uno mismo es como ponerse guapo para uno mismo y mirarse al espejo de tu habitación y encender todas las luces para después desvestirse y quitarte las lentillas, o sea una falsedad, pues llega ese momento cutre en el que no sabes sobre qué escribir ni cómo, y los textos son cada vez más cortos porque no se te ocurre ni una puta idea mediadamente razonable y coherente, así que decides escribir de corrido, casisaltandotelascomasalgunatildeyhastaeleje , aun a riesgo de que te digan que qué coño es eso de escribir como si tuvieras una cámara metida en la cabeza tipo Días Extraños (Strange Days, 1995, Kathryn Bigelow, 145 min), y es en ese momento exacto cuando dices que hay que estructurar los guiones, hacer algún esquema, diseñar los personajes y todo lo que se enseña en los talleres de escritura y en los libros, pero resulta que hay una cosa llamada impulso o Posesión Infernal (The Evil Dead, 1981, Sam Raimi, 85 min.) que se apodera de tu ficción y la convierte en realidad, o se apodera de tu realidad y la convierte en ficción, porque para qué están estos folios en blanco desprovistos de glamour, sino para emborronarlos, romperlos, tirarlos, reciclarlos y que un gitano rumano de 12 años se hunda en un contenedor y casi muera atrapado al intentar coger tu puto folio en blanco, a no ser que te llames por ejemplo J.D Salinger: el viejo cabrón sólo escribió El Guardián entre el centeno y dos volúmenes de cuentos y luego se recluyó en casa como un maldito huraño, leyenda, así soy yo, aunque Franny y Zoey sea bastante mediocre, por no decir inconexo y aburrido, aunque Nueve Cuentos se salve. Por no hablar de William S. Burroughs y su Naked Lunch, eso sí que era hiperrealismo, ese sí que era yonki, una tomadura de pelo como otra cualquiera dirán algunos, otra leyenda, otro mito, dirán otros y, que además de hartó de follar y de ponerse en Tánger, dirán todos, y que quizá le dijo una vez a su amigo Gingsberg, allá en Tánger, también puesto hasta las trancas, que qué había de malo en emborronar un folio si la única intención era la de servir de inspiración al siguiente, que quizá también nacerá sin belleza, estructura, normas, eje ni sentido.
El salto del eje
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Prosa rápida, que no se detiene, que sale a toda velocidad, como la de Kerouac, que a falta de imaginación y ciego de cualquier cosa que tuviera delante se cambiaba el nombre y escribía sobre lo único que siempre podía escribir: sobre sí mismo.
Es un gusto leerte aunque lances párrafos de incoherencia. Algo me dice dentro de mí que tienes talento.
Muchas gracias por tus comentarios, Erico. No sé si tienes o no razón :). Un abrazo
Me gusta mucho y a veces se agradece encontrar referencias en los relatos. ¡Nos llevas a donde quieres! ¡Me gusta!
:)) Gracias!