Cotidiano (I)

Zafarrancho de combate. Sofás fuera, muebles en movimiento, pelusas al descubierto. Escoba, recogedor y fregona. Trapos, bayetas, presentes.  Lejías, friegasuelos y limpiacristales en fila de a uno. Arrrr. Capitán, mande firmes (toque de corneta).

No tardó en aparecer la sempiterna goma  (negra) del pelo (castaño) de Clara, las horquillas de Natalia (bendita manía de ir dejándolas por ahí), los pendientes tribales de Nazaret (nunca supo exactamente si eso eran escarabajos entrelazados, la Estrella de David o quién sabe si una esvástica) , la goma del pelo (rosa) de Amanda (sus bragas, tanga o lo que demonios fuera aquello,  también solían ser rosas, pero nunca se las dejó), unos calzoncillos (suyos, negros, a rayas)  debajo del sofá, un cristal roto de gafas (suyo también), unas postales mojadas de Londres , de Cuenca y de Setúbal (tres sitios tan distintos y tan inconexos) una carta de su madre felicitándole por su cumpleaños, un chupete usado,  un envoltorio de un condón sin marca, un pasador de pelo (¿?), extractos de la cuenta bancaria arrugada (34,23 euros disponible en cuenta ) , una entrada de Sonic Youth de la Riviera, una chapa de Voll Damm, piezas sobrantes de muebles de Ikea , restos de pipas de calabaza, un CD que alguien una vez le grabó y que no se merecía estar debajo del sofá (lo limpió con esmero y lo devolvió a la estantería, donde a decir verdad se juntó con otros colegas suyos llenos del mismo polvo).

Cualquiera diría que se pasaba la vida en una película de Tinto Brass o en un after, pero la verdad es que las pelusas y las telarañas las tenía él en sálvese la parte. Sálvese. La parte.  Por el todo. Lo que sí quedaba claro es que sus zafarranchos de combate eran poco habituales y que la gente se dejaba cosas en casas de la gente. La gente en general se deja cosas en las casas. Mecheros, bolígrafos, gafas de sol, DVDs, pendrives, libros, guías de viaje. Cosas. Además de todo lo anteriormente referido. A veces con segundas intenciones, a veces por las prisas, a veces después de salir apresuradamente de una casa despeinada y oliendo a sexo, a veces por nada. Así que los recuerdos, las horquillas y las chorradas no le dejaron limpiar las pelusas (de la casa), y recordó que tenía la nevera llena de cervezas, volvió a colocar el sofá en su sitio, a dejar todo como debía estar, y se reconcilió con La Bien Querida a todo volumen.

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