Hostias

Los dos contrincantes se despojan de sus batas, ajustan su protección bucal y salen al cuadrilátero ante los enfervorizados gritos de los asistentes. La vieja gloria, alquien que lo fue todo y ahora es nada – más de 41 años y doce títulos de superpesado que le pesan como una losa, casi tanto como las arrugas de su piel negra azabache- se enfrenta a un joven emergente, rubio y glacial, que no pierde un combate desde hace dos años y nueve meses. Empieza el tanteo, comienzan los movimientos en el cuadrilátero, ambos mantienen una distancia prudencial; los dos combatientes intentan un par de directos que se pierden en al aire del Arena Stadium. Fin del primer round.

Segundo asalto

El joven glacial intenta un gancho que a punto está de impactar en la cara de la vieja gloria, más empeñada en huir hacia las esquinas y terminar cuanto antes para embolsarse la suculenta bolsa, que en otra cosa. Pero la juventud manda, y ataca, porque no tiene la bolsa tan llena, y vuelve a acercarse proyectando con un directo de izquierdas que acaba con los huesos de su rival en el suelo, sin que le de ni siquiera tiempo a realizar una maniobra defensiva, ni una míseras orejeras. Su cara sudorosa tendida en la lona azul es como una barco a punto de hundirse en el mar celeste, rodeado de amarres por los cuatro costados. Logra levantarse a los pocos segundos, se coloca de nuevo el protector bucal. Fin del segundo round.

Tercer asalto

El público, enaltecido con la estrella, el jovencito que ocupará el trono y la gloria del hombre de los doce títulos de superpesados, silba a la vieja estrella, que apenas se defiende con un débil cruz armada, colocando los antebrazos sobre sí, y soportando como puede  los continuos ataques del joven: ganchos, voleas, directos, cruzados, y con inusitada violencia se ensaña con quien fue su modelo cuando él apenas era un crío y que una vez le humilló, 15 años atrás, cuando él era tan sólo su sparring. Le acorrala contra una de las esquinas ante los frenéticos aullidos del público. Parece solo cuestión de tiempo, y un uppercut derecho seguido de otro gancho izquierdo le deja tambaleándose en la esquina, apoyado, escupiendo sangre por la boca, y sin más orgullo que sus recuerdos. Pero aún le queda tiempo de engachar con la violencia de los viejos tiempos un puñetazo fuerte y directo ejecutado con la mano en posición trasera. Desde la posición de guardia, la mano trasera se desplaza desde el mentón, cruza el cuerpo y se dirige, de forma directa, a la cara del adversario, al que se le borra de un plumazo la cara de triunfador indolente.

Sirvió de poco. Tras el derechazo, el gallo prepotente y vengativo propina un crochet que impacta con fiereza el hígado y de los riñones. Ahora sí, lo ha conseguido. Se salió con la suya. El hombre de los 41 años y cinco meses sigue escupiendo sangre, esta vez a borbotones, casi parece un aspersor desbocado, parece que el  golpe impactó con demasiada fuerza en su hígado. No puede levantarse. El árbitro y su rival se agachan e intentan levantarle entre el charco de sangre. Demasiadas hostias recibidas, demasiados golpes encajados. Su corazón está dejando de latir. El público y la música se solapan con los gritos de dolor de la vieja gloria. Intenta incoporarrse y acerca su boca ensangrentada a la oreja de su triunfal oponente: «No por muchas hostias que recibas te acostumbras, siempre hay espacio para una más, siempre hay espacio para la definitiva».

Y fue lo último que le escucharon decir, con la leve sonrisa del que se sabe derrotado pero que también sabe que jamás hubo nadie como él.

5 comentarios sobre “Hostias

  1. Me ha recordado a los años en los que seguía a mi tío de combate tras combate mientras caían hombres a la lona y el levantaba los brazos, o cuando más adelante, ya más viejo, pensaba solamente en terminar rápido y cobrar el cheque.
    Me quedo con esa frase universal: «No por muchas hostias que recibas te acostumbras, siempre hay espacio para una más, siempre hay espacio para la definitiva»

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