Oliver & Co.

Atrás quedaron los tiempos en los que su corazón volteaba cuando le sorprendía una foto suya en alguna carpeta del ordenador.  O cuando se acordaba de los correteos por el Templo de Debod compitiendo por ver quien llegaba antes al césped, y después se sentaban juntos a ver el atardecer. O cuando le acariciaba con su lengua sin esperar más que la suya a cambio.

A Marta le encantaba cuando él le esperaba en casa, esperando que le preparara la cena, mira que eres impaciente, le reprochaba, mira que eres vago, pero él se abalanzaba sobre ella con fruición y ella se desarmaba y le servía la cena. Oliver era un poco vago sí, pero muy cariñoso y  comprensivo. Y bastante obediente.

Un bóxer que, erguido y musculoso, se había acostumbrado a sentarse sobre sus patas para ver los atardeceres en el Templo de Debod junto a Marta, que le decía al oído que esos atardeceres le recordaban mucho a la luz de verano de Roma de las siete de la tarde, reflejada en algún tejado de Campo de Fiori. Después solían pasear, cuando caía la tarde, hasta llegar a la Rosaleda, si era temporada, y volvían a casa, donde Marta le preparaba la cena y le pasaba la mano por detrás de las orejas. Atrás quedaron los tiempos de todo eso; también los tiempos en los que Oliver  se tomaba más confianzas de las debidas y se agarraba a la pierna de Marta, sin soltarla. Al principio Marta se zafaba de él como podía, pero acabó aceptando que si Oliver podía compartir atardeceres como los del Campo de Fiori, también podía empezar a permitirle compartir su pierna. Y después, su lecho. Era un compañero de alcoba silencioso y disciplinado, apenas roncaba y también le olía el aliento al amanecer. Y fue una mañana de domingo de esas en las que el mundo está parado y las persianas echadas, cuando Marta, soñolienta y feliz, notó algo húmedo y sutil por debajo del edredón, unos movimientos circulares y perfectos que hicieron que el domingo pareciera sábado y que se abrieran unas rendijas de luz de la persiana, y que sonara la Cabalgata de las Valquirias, válgame Dios.  Oliver, Oliver, perro malo, qué estás haciendo, susurraba mientras separaba un poco más los muslos. Atrás quedaron los tiempos en que Marta llegaba a casa y él le recibía agarrándose directamente a su pierna y le arrastraba con tanta fuerza a la alcoba que no podía hacer otra cosa que dejarse llevar. Ella le contaba cómo le había ido el día en la oficina, se tomaba un par de cervezas o tres, y después se abandonaba al placer y a los desinteresados movimientos linguales de su fiel compañero.

Pero todo eso quedó atrás, porque un día, mientras se desafiaban en una de sus carreras en el Templo de Debod, le perdió de vista. Así, sin más. Oliver, dónde estás, dónde estás, gritaba con la correa en la mano, desesperada, mirando alrededor haciendo un travelling circular, como cuando en una película el héroe pierde de vista al asesino entre la multitud.

Llenó el barrio y el parque de carteles, con la amable foto de bóxer cariñoso y robusto, se ofrece GRAN recompensa, pero jamás apareció. Quizá, pensó Marta, quizá Oliver quiso conocer  a qué sabían de verdad los atardeceres en Roma, quién sabe si estaba lamiendo un helado de chocolate en los aledaños de Piazza Navona, o si incluso yacía ya en una Elba imaginaria. Qué más daba eso ahora. El corazón ya no se le volcaba al ver su foto. Un gato, voy  a comprar un gato, sí, pensó en voz alta delante del ordenador.

 Y aunque su lengua sea áspera como una lija, sé que no se me escapará jamás.

4 comentarios sobre “Oliver & Co.

  1. Me gustaría decirle a Marta que no compre un gato macho y sin castrar. Son famosos por desaparecer para siempre en busca de amoríos.
    Y aun cuando consiga que el gato permanezca junto a ella, tiene que saber que los gatos no son como los perros. Los gatos no te pertenecen más que a medias.

    Bonita metáfora (¿Será realmente una metáfora?) 🙂

    1. Marta te agradece el consejo, Erico. EStoy seguro de qye lo castrará de inmediato aunque dejará su lengua intacta. De tonta no tiene un pelo. Y creo que procurará no sacarlo demasiado a pasear :). Lo de las metáforas lo dejo a la elección del lector, esta vez sólo pensé en lo que escribo. Gracias.

  2. Lo he releído varias veces buscando un significado menos plano de lo que me parece, buscando algún reflejo de esa metáfora que comenta Erico, pero me sigue pareciendo una historia tranquila, intimista (sin que por ello pierda mérito). Entonces al hablar del gato y su lengua de lija me vienen a la cabeza un verso o dos de Darío Jaramillo Agudelo:
    Astucia del gato:
    fingir que es un animal doméstico.
    Dios hizo los gatos para que hombres
    y mujeres aprendan a estar solos.

    Dos de los tipos que mejor escriben por wordpress coinciden en esta zona de coments, hoy compraré lotería.

    Saludos.

    1. Muchas gracias Insome y perdona por la tardanza en respnder. Sin pretender devolvwer los cumplidos, vosotros sí que sois ls que escribós bien por aquì. Respecto a Oliver.. no hay nada más de lo se se ve. Fue un impulso. Nada que ver con sexo, quizá sin son amor, y quizá sí con el templo de Debob. Un abrazo para tí y otro pare Erico,

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