Y qué si los mendigos leyeran a Faulkner

Me cago en la hostia. Qué puto dilema. Debí devolverle en su debido momento a Madeleine sus útiles de cocina y sus mapas de nuestro último viaje. Cada vez que pienso en la deliciosa tarta de manzana con frambuesa de la dulce Madeleine se me hace la boca agua. Los moldes, la tartera, los libros de recetas y las cucharas se me acumulan en este apartamentucho que a duras penas me da para guardar mis decenas de botas, mi ropa y mis cientos de libros. Al carajo, debería tirar todos los putos libros por el jodido balcón. Seguro que a los mendigos les encantaría Faulkner y otras mierdas ilegibles por el estilo. La tarta de manzana y frambuesas de la dulce Madeleine. Y también tengo por aquí las guías de nuestro gran periplo por el Cinturón del maíz.  Íbamos en ese jodido trasto. Todavía no sé cómo no nos empotramos contra una vaca mientras la dulce y golosa Madeleine con sus labios color frambuesa se agachaba en el asiento delantero mientras yo intentaba concentrarme inútilmente. Y gritaba y me cagaba en dios continuamente viendo a esa gentuza blanca y dejábamos atrás los maizales, los cerdos y los búfalos y los lagos de Ohio y de Indiana.

Y me dio por rebuscar en los cajones llenos de polillas, y allí estaba el pijama de Cynthia. Y al lado sus libros, algunos buenos, no os creáis. Libros marcados con el olor de su perfume caro y hasta algunos con  dedicatoria incluida. Joder. Creo que esta noche me estoy volviendo loco. Mi casa parece un almacén de objetos perdidos a los que el desamor retuvo dentro de estas cuatro paredes. Y ya no hablo de compresas o desodorantes, entiendo que son temas algo más íntimos, pero innegables, e inexorablemente unidos a la naturaleza humana. O los condones de sabores y los lubricantes de Alexia C. Stone. Menuda era Alexia. Creo que también tiraré todo eso por el balcón. Los mendigos preferirán unos buenos condones caducados a un puto libro de Faulkner, al menos podrán follarse a alguien sin que tengan que pillarse una puta gonorrea. Aunque qué coño, en qué cojones estoy pensando. También tengo ropa, sí, señores, claro que tengo ropa. Y tengo un montón de braguitas de colores de Emma J. Kubrick. Creo que no las tiraré. A saber qué hacen con ellas esos malditos mendigos y negros malolientes. Las braguitas de Emma J. Kubrick me las quedo yo. Aunque sea para olerlas de vez en cuando y volver a sentir su delicada piel en su cara cuando ya no me quede más que eso. Eso es, tiraré todo menos las braguitas de Emma. Lo haré ahora mismo. Anochece y unos mendigos hacen hogueras y beben vino. Yo les miro bebiendo también vino y mirando la contraportada de otro libro, esta vez de ese David Foster Wallace. Que no me vengan los sesudos críticos con que Foster Wallace era un puto genio. Foster Wallace no se entendía ni él y por eso se ahorcó. A mí no me la dan. Eso es, tiraré a Faulkner junto a Wallace y otros libros al azar. Salvaré a Dostoievski y a Stendhal, y puede que algún otro puto ruso. Estoy pensando que también tiraré las braguitas de Emma. Las rociaré de vino y las oleré por última vez. Y le prenderé fuego a todo esto.

          Eh, vosotros, mendigos de mierda, vosotros!!… Tomad esto, tomadlo todo!!

Y les eché encima decenas de libros, moldes de cocina, braguitas empapadas en vino de un dólar, los mapas, las guías ajadas, hasta alguna película de segunda mano que ni siquiera había visto. Y los discos de John Coltrane. Puto Coltrane. Te estaré agradecido toda mi puta vida. A ti y a toda la heroína que te corría por tu negro cuerpo, cabrón. Los mendigos miraban arriba con indiferencia hasta que decidí lanzarles con fuerza una botella de bourbon y otra de vodka, que provocó un remolino similar al de las palomas cuando un viejo les echa sus putas migas de pan de viejo. Los cristales estallaron y un pobre muerto de hambre lamió al suelo.

Después cerré el maldito balcón de madera escuchando de fondo los improperios de esa banda de desgraciados. Abrí al azar un cuento de Dostoievski, empecé a leerlo, encendí un pitillo y tiré la cerilla a un montón de mierda, libros y ropa que se acumulaba en casa. Avivé el fuego con un poco de aguardiente que conservaba en uno de los estantes. Seguí leyendo. Cuando me di cuenta, estaba rodeado de fuego por los cuatro costados y salía humo por todos los sitios. La puerta de salida era inaccesible, así que me ventilé un cartón de vino de un trago y abrí de nuevo el balcón.

          Ayuda ayuda, eh ayudadme, gentuza de mierda, ayudadme, dejad de leer a Faulkner y ayudad a este pobre hombre– les grité mientas les lanzaba con fuerza monedas de 5 centavos.

Esa gente de mal vivir se limitó a reírse con sus dientes mellados, rodeado de libros, vinilos del viejo Coltrane, y también de Mingus, y basura quemada, intentando aprovechar algo del bourbon en el fondo de la botella rota, y me señalaron como si yo fuera el bicho raro, me cago en dios, el bicho raro, yo, el bicho raro.

Mi apartamentucho no es muy alto, es un tercero que podría ser un segundo. Me agarré al cartón de vino y decidí lanzarme. Si el jodido Leonardo da Vinci lo intentó, por qué no yo. Pero en vez de alas usé el cartón de vino y un paraguas. Me subí a la barandilla, cogí impulso, un paraguas en una mano, un cartón de vino en otro, y volé. Volé cuatro o cinco segundos. Los mendigos se apartaron. Caí de bruces. Antes vomité en el aire. Mi sangre se mezcló con el oscuro del vino y uno de ellos me apartó de una patada mientras comenzaron, a coro, a cantar una vieja canción tradicional americana.

7 comentarios sobre “Y qué si los mendigos leyeran a Faulkner

  1. Menudo pulso. Menudo puto ritmo. Menudo puto final. Que jodida rabia y que palabras más bien escogidas. Pues eso. Que me quito el sombrero. En general ante cualquier cosa que empiece con un me cago en la hostia. Ante este porque lo merece 😉

      1. ¿Con lo de «leemos en alto» te refieres a vous et moi? Porque vale que tú quedarías de lo más Henry Chinaski, pero me imagino a la nena contando en voz alta el día que se paseó por Madrid con unas braguitas verdes enganchadas del bolso (por ejemplo) y como mucho llego a Nancho Novo… Vamos, que más que jornada Bukowskiniana, sería Kafkiana!

        Btw, me encanta la idea… 😉

  2. Me ocurre una cosa contigo. Solo me doy cuenta de cuales son tus textos «malos» cuando leo tus textos como este.
    No te adulo, simplemente me gusta lo que haces. Tiene ritmo, fuerza y muchas veces, cuando termino de leer tus textos dan ganas de gritar. Sí, creo qe la próxima vez gritaré.

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