Iba yo sentado y ensimismado en el autobús, pensando en una pregunta que que me hicieron ayer por la noche en un bar con muchos claroscuros, casi rayando en el tenebrismo.
– ¿Oye, y tú tienes alma de vino?, a lo que respondí inmediatamente que sí aunque solo fuera por la cantidad de rojo elemento que llevaba encima y a las expectativas inmediatas que me generó tan extraña y desafiante pregunta.
Quizá mi oponente amatoria notó la precipitación y ansiedad en mi respuesta y en mi gesto, y como sucede en estas situaciones, a mayor ansiedad amatoria, más rechazos en locales de claroscuros. Tan absorto me encontraba intentando recordar si le dije algo más a mi oponente aparte del desafortunado sí rotundo que no me di cuenta de que la joven que tenía al lado se estaba dirigiendo a mí tocándome con su delicado dedo y preguntándome:
– ¿Perdone, baja en la próxima?,
Oiga. Va a salir. Usted. Perdone. Por favor.
Me fijé en sus delicados dedos, su delicada boca y en sus en absoluto delicados pechos. Dios santo. Yo comiéndomela con ojos de deseo y ella mirándome con ojos de padre. Creo que no podría serlo. Su padre, me refiero, aunque por poco. Vi mi cara reflejada en el espejo retrovisor del autobús, me asusté por si podía ver un viejo verde , cosa que no me pareció, y bajé en mi parada, cediéndola el paso, como hombre gentil y galante que soy.
Avancé por la calle todavía un poco aturdido por la resaca y pensando en las sensaciones provocadas por aquella chica pizpireta y joven. Quizá lo que de verdad sentí esa mañana fue la añoranza de la juventud, de la inocencia y de la ilusión reflejados en esos ojos verdes. Y quizá también en esos pechos, aunque eso ya lo dejaremos para otro día.
Ausencia de héroe 