Lo raro es vivir. Había empezado por fin a leerlo, después de tanto tiempo cogiendo polvo y carácter en la estantería. Lo compré una tarde de abril en una librería de segunda mano en Malasaña y, siempre, por unas razones o por otras, había postergado su lectura, como si hubiese algo que me impidiera llegar a él.
Sabía que lo había comprado en abril porque acostumbraba a firmar los libros y a escribir dónde y en qué circunstancias los había comprado. Éste estaba fechado el 16 abril de 2011. “Sábado, en una soleada tarde de primavera. Librería Arrebato”. Rezaba la segunda página. Y después, mi firma.
Sabía perfectamente también que esa tarde había acabado con Alexia, después de dos años y dos meses, y de unas cervezas, varios vinos, tres licores, seis gritos y algunos miles de azorados reproches, rozando la violencia sin traspasar las líneas rojas. Cierto es que la cosa – llamémosle la cosa- había terminado ya hacía semanas; Alexia era una mujer de armas tomar, de esas que me ponían a mil a la vez que me sacaban de mis casillas, de esas que ponía a mil a todo el mundo pero que solo a mí me sacaba de sus casillas. Voluptuosa, sexy y cabrona. Con dos cojones, valga el oxímoron.
La cosa, la cosa terminó, entre portazos metafóricos y hastanuncas hiperrealistas, y yo me fui, borracho, a comprar Lo raro es vivir, que me pareció, entre los vapores del alcohol, lo más adecuado en esos momentos. Me extraña recordar ahora aquella tarde y no ver escrito en la primera página del libro: “En una tormentosa y etílica tarde de primavera” en vez de “en una soleada tarde de primavera”. Supongo que en ese momento debí sentirme liberado, de ahí la luminosidad del recordatorio. Recuerdo, asimismo, lo excesivo que fui con la librera, a la que insté, sin éxito, a debatir, sobre si Los Hermanos Karamazov se acercaba más al folletín o a la novela histórica. Folletín, dicen. Vete ya de aquí, me dijo la librera. Finalmente, me fui a casa con Martín Gaite debajo del brazo, no sin antes hacer la última parada en el Café Mahón, yo a a saldar mi deuda con mi hígado, y mi rencor, con Alexia.
Y hoy, después de estos años, vuelve a aparecer el libro, algo ajado y altanero, como diciendo ahora te acuerdas de mí, cual novia despechada. Lo cogí con esmero de la estantería y lo limpié de polvo y paja. Me excusé diciéndole con sarcasmo- y guiñándole el ojo- que estuve leyendo La Broma Infinita de Foster Wallace durante todos estos años. Empecé las primeras líneas del libro acordándome de la dulce Alexia y de nuestras nada dulces broncas. “Es que vivir es muy raro», exclamaba Carmen Martín Gaite cuando le preguntaban por el título de su novela. «Y tanto que lo es, le respondí al libro. Hasta Wilde decía que lo raro es vivir, que bastante hacemos con existir».
O algo así le dije. Encendí un cigarro, y comencé a leer.
«Hay veces en que lo normal pasa a extraordinario así por las buenas y lo notamos sin saber cómo. De entre la sucesión no contabilizada de gestos, movimientos y vislumbres que van engrosando la masa amorfa de lo cotidiano, se separa de los demás uno de ellos, aparentemente insignificante, y salta como la nota discorde de un pentagrama, se queda resonando por el aire con zumbido de moscardón, qué pasa, ha habido una avería o esto significa el comienzo de algo nuevo, nos miramos las manos, las rodillas, qué es lo que se ha transformado, hacía dónde enfocar la atención, no sé. Y sobreviene el miedo o la parálisis»
Este blog promete! Y me he quedado con las ganas de leer a Martín Gaite, lástima de tiempo… 😉
Gracias GintonicGirl! Es un halago 😉 la pena es que yo también soy poco prolífico!