Donde más me gustaba a Marc apoyar su cabeza, mientras remoloneaban en la cama, era al final de su espalda. Era reconfortante para Marc sentir que apoyado en el trasero de Laia nada podía sucederle. Era suave, turgente, y a través de él podía sentir su respiración, sus alegrías y sus tristezas, también sus anhelos y sus ilusiones. Se sentían desde esa extraña perspectiva a salvo de un ataque nuclear, solo ellos y las cucarachas se salvarían, fantaseaban, mientras un rayo entraba perpendicular desde la ventana e iluminaba las ya de por sí sonrosadas mejillas de Laia. Me ha dado el rayo láser, decía, ahora te toca echarme un polvo por haberte portado mal con esta marciana. Reían con ganas. A Marc no le quedaba más remedio que obedecer, besar bruscamente sus glúteos, y empezar a lamer el terso cuerpo de Laia hasta echarle el polvo prometido, todavía medio soñoliento. Desde la inédita zona de confort que formaban el colchón, los haces de luces y las curvas de Laia, se reían, los domingos por la mañana, del mundo y de las cucarachas.
Se sentían tan protegidos que aliviaron las defensas y no advirtieron más trinchera que la suya.
(…)
A veces, ahora lo que quiere Marc es que a Laia le parta un rayo, y ahora lo que no quiere Laia es poner la otra mejilla; nunca fui una cristiana ejemplar, ya lo sabes, le dice ahora. Marc sigue acordándose de su inacabable espalda combada con final feliz y de sus pechos, delicados como algodón de azúcar, y dóciles como un cabritillo. Se acuerda también de sus pezones, cual botones de marfil que algún elefante trajo del Índico. Marc sigue acordándose de tantas cosas que solo quiere olvidarlas del todo. Por ahora Marc y Laia han decidido renunciar a la búsqueda de la felicidad; Marc dice que su corazón no puede ya desollarse más; Laia asiente con resignación. Siempre recordarán sus mañanas eternas de trincheras, sus noches de polvo y miel, los sueños que jamás se cumplieron. Lo que más les aterra es verse desaparecer. Saber que poco a poco sus rasgos se difuminarán el uno para el otro, y que tarde o temprano se sentirán tan lejanos en el tiempo como una llamada a cobro revertido.
Gracias por compartir tantísima magia, tantísima sensibilidad
Muchas gracias, Mar. Un saludo