Aquello de lo que una vez hablamos

Tengo el cuerpo lleno de contracturas.

Que me hieren cada vez

que me oprimes la espalda,

aunque siempre tuvieran la mejor

intención de aliviarme.     


Con la fuerza de tus dedos,

que ahondan en los raíles de las cosas que se olvidan,

y en mis nervios, y en la aorta,

y en mis cables coaxiales.

El dolor recurrente de los esguinces (sobre todo, los izquierdos), y el temor a que los tobillos se tuerzan de nuevo.

No sé si mañana seguiré haciendo el crucigrama de los domingos, en pijama y con los calcetines rojos que me regalaste, aunque estén ya un poco roídos,

o me seguiré abrazando a la almohada para no pasar frío en verano cuando no estás.

(Miro a ver si te veo volar en Glovo por la calle Sagasta)


Hoy, que otra vez tengo el cuerpo lleno,

y que de nuevo atisbo mi sonrisa en la coyuntura de tus labios,

quizá sea ya el momento de volver a imaginar tu comisura,

bañada en carmín, certezas y esperanza.

( y si vas a Tánger, espérame, que te conozco)

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