Como cuando se enredan los auriculares en el bolsillo izquierdo del pantalón sin que nadie haya hecho el menor esfuerzo para ello; se crean formas imposibles y nudos dignos del mejor contramaestre del mejor barco pirata que aguarda armado hasta los dientes al acecho en las costas por ahora despejadas de Somalia, nudos construidos a partir del silencio, sin más ayuda que el del movimiento sostenido del andante que, desconocedor del hecho del laberinto de plástico y cobre que se está gestando a sus espaldas, avanza inocente sin saber que a cada segundo los enredos serán cada vez más difíciles de resolver, como los vodeviles de Noche de Fiesta, y los enjambres son ya de un barroquismo tan exacerbado que cuando el despistado protagonista del embrollo quiere darse cuenta del ovillo construido, le llevará un tiempo precioso el desbroce del magnífico desastre, y caminará distraído por la calle principal, intentando desfacer el entuerto, hecho que quizá le ocasionará el no reparar en algunas monedas de curso legal que se disimulan en el suelo pedregoso, o quizá no descubrir que la chica de la falda de vuelo y el pelo suelto le recordaba, y puede que incluso fuera, su antigua compañera de instituto y que ahora quizá hubiera podido convertirse en el amor de su ya de por sí enredada vida, pero nada de esto sucedió, por culpa de los veinte minutos que aquel pasajero andante tardó en rebobinar los amasijos que se formaron en el fondo del bolsillo izquierdo de su pantalón.
El andante
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