corren los afganos agarrados al fuselaje del avión sabiendo que es cuestión de segundos que mueran abrasados o que les estallen los oídos y los ojos cuando el avión alcance los tres mil cuatro mil quizá cinco mil metros
afganos surcando los cielos cercanos a Kabul asidos a las ruedas del avión mientras algunos diplomáticos fuman en pipa un poco de opio o toman algún licor celebrando la huída del país brindando con los señores de la guerra hay algunas chicas a bordo que no tienen velo ni burka ni nada como en los años setenta y Afganistán era el paìs más avanzado de Oriente Medio y esas chicas parecen de burlesque y se van quitando ropa mientras algunos altos mandos abren unas latas de caviar iraní y unas botellas de Dom Perignon
las chicas se han quitado las partes de arriba y algunas bailan la danza del vientre y alguien por megafonía ordena que todos se pongan el cinturón de seguridad y en ese instante las chicas que bailaban la danza del vientre se quedan quietas y erguidas junto a las salidas de emergencia del avión mirando fijamente a los pasajeros que bajan sus cabezas con vergüenza e inician la demostración de seguridad y se ponen y quitan la mascarilla en caso de despresurización y tiran del cordoncito y se ponen y quitan un chaleco salvavidas amarillo
tienen los pechos al descubierto y suenan los cascabeles que están unidos a sus vestidos y suenan marchas militares y parece que también suena Come Fly with me de Frank Sinatra mientras los diplomáticos y los señores de la guerra y algunos traductores y funcionarios europeos que son casi todos blancos se sorprenden porque de repente miran por la ventanilla y se dan cuenta de que no ven las nubes ni la bruma ni el polvo del desierto ni la pólvora
sino las caras que corrían tras el fuselaje de las decenas de hombres y mujeres pegados a las ventanillas del aparato y cuyos ojos están a punto de salirse de sus órbitas y sus brazos que en algunos casos son ya sólo muñones y se agarran como spiderman a la ventanilla aprovechando un inverosímil efecto patera y sus ojos estallan con fuerza y las ventanillas se cubren de un líquido rojo que impide a los diplomáticos altos mandos políticos y millonarios disfrutar de la imagen que grababan con sus teléfonos móviles de cómo se alejaban del terror cien doscientos trescientos cuatrocientos kilómetros y bajan escandalizados las ventanillas y quizá hagan parada en Dubai para dormir en el hotel más alto y lujoso del mundo