Beaujolais

Llueven radiantes los campos magníficos,

las flores se están yendo ya a dormir,

es aún pronto, pero han decidido que hoy quieren recuperar el sueño perdido:

demasiada primavera, dijeron algunas.

septiembre es la nueva primavera, susurraron otras.

Alguien me preguntó hoy si tenía miedo a morir,

saqué un Lucky de mi bolsillo curtido en mil pellejos:

la muerte me persigue desde que salí de la vagina de mi madre

contesté a la joven portuguesa de labios bravucones,

y curvas forjadas en las chicanes del circuito de carreras de Mónaco

La vejez nos hace más sabios y quizá también más cobardes,

-respondí-

sobre todo si lo que quieres es que la vida dure tres mil años luz

y deseas bañarte por siempre en el vino de la primera cosecha,

pero no es la existencia un continuo Beaujolais.

Es ulular contigo dentro de los chopos, con tu sonrisa más allá de Orion,

es escondernos en las casitas de los gorriones al amanecer,

y encender mascletás en estas entrañas que son las mías y de nadie más,

 y que un día se convertirán en átomos que a su vez se convertirán en otros átomos

 que a su vez se convertirán en ti, sin importar si es verdad o mentira.

La tormenta ha cesado y ya no llueve ahí fuera y ni siquiera las flores tienen frío;

– algunas portan paraguas-

los claveles rojos ya no están en temporada, pero ríen radiantes ante el futuro,

bello, hermoso, lindo, afrontando la incertidumbre de mis membranas,

de mis miedos y algoritmos aleatorios,

que se funden con los tuyos en la explosión más bella jamás contada.

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