Ayer en el trabajo una compañera le regaló una orquídea blanca y moribunda, restos de la tienda de flores de su marido, de esas que no había podido vender en Navidad. Le dijo que se la quedara en el despacho y que así tendría algo de lo que cuidar. Miró la orquídea, mustia y quejosa, y auguró que no pasaría de enero.
Después, salió a la ventana, encendió un cigarro y empezó a chispear.