– Todos los gilipollas juegan al golf, lo que no quiere decir que todos los golfistas sean gilipollas.
Aunque quizá sí lo sean -pensé– y pensé en Sergio García, en Tiger Woods, y en el padre de Michael Jordan.
– Ya, pero no. Mira Severiano Ballesteros- me dice mi amigo, sentado a mi lado, estirando los músculos después de correr juntos en un parque con pistas de tartán, un enorme parque lleno de gilipollas jugando al golf y al pádel.
– Ya, ya, pero Seve está muerto-le digo- y además murió después de una larga y penosa batalla contra la enfermedad- ejem, me río- que eso siempre cuenta, y coño, que era gilipollas. Lo que pasa es que el cáncer siempre da puntos.
Digo esto mientras veo a decenas de golfistas golpeando la bola quitándose con rabia y prepotencia- justo la mirada de después de golpear la bola, miradla- , quitándose con odio el día de estrés después de todo el día mamando en Price Waterhouse Coopers o en un despacho de abogados o en un Ministerio, o en cualquier otro sitio, o quizá son tan imbéciles como para estar en paro y estar gastándose la pasta en el golf y en putas o en patear mendigos cuando tendrían que estar gastándoselo en casa con sus hijos o su madre. Pero, qué sé yo, así son estos del palo y o de Waterhouse o qué sé yo.
Le digo a mi amigo escéptico, después de haber corrido unos kilómetros mientras esos gilipollas ocupaban el espacio golpeando la bola, mientras nosotros esquivamos a señoras, señores, viejos, viejas , niños y demás, interponiéndose en nuestro minúsculo camino de tartán.
Me dice mi amigo que la vida es un parpadeo, y que él quiere estar dentro de las pestañas de su enamorada cuando todo se acabe.
Le digo que siga estirando, y que se calle. Un parpadeo. Le digo que yo algo sé de parpadeos, y le digo que nunca se quede en medio de las pestañas. Porque muerden. Que las pestañas muerden, y que estire bien, porque si no mañana tendrá agujetas.
Cuanto más lo releo, más me gusta. De mis favoritos